Ricardo Flores Cuevas
Coordinación de Extensión, Vinculación y Desarrollo Social
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En este artículo se abordará el comportamiento de la mujer que rompe con las leyes que norman su comportamiento sexual una vez casadas, lo cual nos ofrece un panorama que permitirá complejizar las relaciones entre ambos sexos en el México antiguo.
En el terreno de la sexualidad, tanto los varones como las mujeres estaban bajo observación y presión de la sociedad. El respeto entre los cónyuges era vigilado. Pero no se trataba de una relación en la que tanto hombres como mujeres tuvieran los mismos derechos: “Debe pensarse que, tanto en la amplia base popular campesina como en la cúspide de los grupos dominantes de fuerte tendencia militarista, se estimaba que la mujer tenía una importancia secundaria” (López Austin, 1996).
Ejemplo de lo anterior es el adulterio, considerado un delito. Este se cometía cuando un varón (casado o soltero) se relacionaba íntimamente con una mujer casada; si la mujer era soltera y el varón casado, no había adulterio. ¿Por qué? Porque lo que se castigaba era que alguien se burlara del derecho sexual de algún esposo, lo cual se podía castigar con la pena de muerte.
Se tiene noticia de tres casos de mujeres que cometieron el delito de adulterio, dos de ellos ocurridos en Texcoco. El primero sucedió en los tiempos en que gobernó Nezahualcóyotl (1402-1472).
Se trata de dos ancianas que, se menciona, corrompieron a dos “mancebillos” y de paso cometieron adulterio al ofender a sus esposos:
Siendo vivo el señor de Tetzcoco, llamado Neçaoalcoiotzin, fueron apresadas dos viejas, que tenían los cabellos blancos, como la nieve, de viejas, y fueron presas, porque adulteraron, hicieron traición a sus maridos, que eran viejos como ellas, y unos mancebillos sacristanejos, tuvieron acceso a ellas.
El señor Neçaoalcoiotzin, cuando las llevaron a su presencia, para que la sentenciase: preguntoles diciendo: Abuelas nuestras, decidme, es verdad que todavía tenéis deseo, deleite carnal, aún no estáis hartas, siendo tan viejas como sois. Que sentía deseo [como] cuando era[n] mozas: decídmelo pues que estáis en mi presencia, por este caso, ellas respondieron.
Señor nuestro, y rey, oiga vuestra alteza: vosotros los hombres, estáis de viejos, de querer la delectación carnal, por haber frecuentándola en la juventud, porque se acaba la potencia, y la simiente humana: pero nosotras las mujeres, nunca nos hartamos, ni nos enfadamos de esta obra, porque es nuestro cuerpo, como una sima, y como una barranca honda, que nunca se hinche, recibe todo cuanto le echan y desea más, y demanda más, y si esto no hacemos, no tenemos vida. […] (Sahagún, 1577: Libro VI, f. 98 v – 99 v.).
Se desconoce el tipo de castigo que recibieron las ancianas “libidinosas”, (León-Portilla, 2018). De este relato se narra que los jóvenes no fueron amonestados, sino que al igual que los maridos de las mujeres, los varones fueron las víctimas.
Otro caso de adulterio ocurrió años después, también en Texcoco. El coprotagonista fue el hijo de Netzahualcóyotl: Netzahualpiltzintli,
Otro castigo ejemplar hizo (Netzahualpiltzintli) de una señora mujer de un caballero ciudadano llamado Teanatzin, la cual estando el rey en un sarao y danza se aficionó a él, y estaba tan ciega de su afición, que le obligó a decirle su sentimiento, y el rey la mandó entrar en sus cuartos, y habiéndola conocido y sabido que era mujer casada, la mandó matar y darle garrote y llevarla a echar en una barranca en donde se echaban los adúlteros y adúlteras: y dos niños hijos de ella que los había traído consigo, los mandó llevar el rey a casa de su padre con muy grandes dones, y con ellos ciertas amas y criadas para que los criasen y doctrinasen; y el caballero, sabido el caso, respondió a los mensajeros con muy gran sentimiento, porque amaba y quería a su mujer, por ser como era mujer hermosísima y de gran donaire, diciendo que ya que el rey se había aprovechado de ella ¿por qué la había muerto?; qué más razón era que se la dejara con vida, no perder como perdía una mujer que tanto amaba y quería. Supo el rey de la repuesta, y mandó poner a este caballero que fuese conforme merecía su respuesta y poca estimación de su honra; y como caso que no había sucedido a otros, se estuvo muchos días en los calabozos preso, y viéndose en tan larga y obscura prisión compuso un elegantísimo canto, que representaba toda su tragedia y trabajos, y por favor y negociación que tuvo con los músicos del rey, que eran sus amigos y conocidos, tuvieron modo y traza para cantarlos en una fiestas y saraos que el rey tenía: el cual canto estaba con tan vivas y sentidas palabras, que movió el ánimo del rey a gran compasión, y así le mandó soltar luego de la prisión en que estaba, y trayéndole ante sí le satisfizo la causa tan eficaz que le movió a castigar con pena de muerte a su mujer; pues había sido ella el instrumento para hacerle quebrantar e ir contra una de las leyes de su reino, y que sin duda…, le engañaría si no fuera que reparó en ver aquellos niños, que sería mujer casada como en efecto ella se lo confesó; y habiéndole dicho muchas razones de su consuelo y doctrina, le mandó dar una señora doncella por mujer, y otros muchos dones y mercedes con que quedó muy bien puesto. Y estaba de tal manera cuando lo sacaron de los calabozos, que parecían un salvaje según le habían crecido sus cabellos, y encanecido (Ibarra García, 1998).
El relato anterior cuenta cómo una mujer casada fue castigada con la máxima pena: la muerte, por seducir al “rey”. Pero el marido de ella, de nombre Teanatzin, entró en profunda tristeza y le reclamó al gobernante diciendo “ya que el rey se había aprovechado de ella ¿por qué la había muerto?”. Este reclamo resultó inverosímil al gobernante porque justamente las leyes castigaban que se burlaran del esposo de una mujer casada, y por tener “poca estimación de su honra” lo manda encarcelar.
De ese mismo relato, Laura Ibarra García no duda en decir que: “En la sociedad agrícola del México prehispánico, la constitución del poder no pudo impedir que entre los sexos surgiera el amor” (Ibarra García, 1998). Porque, acaso, ¿no fue una demostración de amor lo que el viudo hizo por su difunta esposa? Lo fue a tal grado que el gobernante casi también lo manda matar por no defender su honra.
Al igual que las mujeres del primer relato, la falta que cometieron fue la ofensa a sus maridos; y si bien esto nos habla de que en la legalidad se priorizaba el honor de los varones; en la práctica tenemos que las mujeres ejercían su libertad para romper, digamos, con las imposiciones sociales en la que se priorizaba la dignidad de los varones.
Y esto es porque los matrimonios, al menos en los tiempos del esplendor mexica, eran acordados entre familias. Ni el novio ni la novia elegían a sus parejas. Sin embargo, esto no impedía que llegaran a sentir amor, como el que sintió Teanatzin hacia su esposa; o bien, que las mujeres tuvieran que tolerar a unos maridos viejos incapaces de ofrecer placeres, como las mujeres del primer relato.
También existen relatos de mujeres que engañaron a sus maridos entre los purépechas. En la Relación de Michoacán se narra cómo la esposa de Taríacuri no le guardó lealtad:
[Llegaron unos hombres amigos de la esposa de Tariácuri a su casa]
Y díjoles Taríacuri: “seais, señores, bien venidos”. Y dijo a los suyos: “aquí hicimos denantes la salva a Curícaueri. ¿Cómo, no sobró algo de vino?”. Iban hablando hacia casa y como lo supo su mujer de Taríacuri, ataviose muy bien […] Púsose una buena saya y otros vestidos y saludó [a] aquellos principales y díjoles: “hermanos, seáis bien venidos”. [Entonces comieron y bebieron]
A la tarde [Taríacuri] despedíase dellos y díjoles: “quedá en buen hora, cuñados, que quiero ir por unas matas de trébol que aquí hay delante deste monte […].
Y como se hubo salido de casa Tariácuri, ataviose muy bien su mujer, después dél ido, y dijo aquellos mancebos: “váyase Tariácuri, no recebáis pena, que en esta casa no mora Tariácuri, sino yo, questa es su costumbre de ir por leña y no se emborracha. Yo os escanciaré”. Y empezó a escanciar y era un poco noche cuando se llegó cerca dellos. Enfrente dellos les escanciaba y ellos empezaron a retozalla y estuvo con ellos aquella noche diciéndole: “hermana acá y hermana acullá”. Y como estaban ellos entiznados, entiznáronla toda la cara y los vestidos. Y a la mañana fuéronse a su pueblo y entrose la mujer a su casa. Y ya traía Tariácuri su leña para los cúes […]. Y fuese a su casa Tariácuri, y estaba el vino derramado y bosado por allí en su casa y estaba todo hediondo a vino. Y dijo Taríacuri: “¿por qué no habéis barrido aquí?”. Y entrose de largo en casa y saliole a rescibir su tía y saludole y díjole que fuese bien venido y díjole Tariácuri: “¿qués de la señora?”. Díjole su tía: “ay, señor, que está enferma. Allí está en aquel aposento, allí detrás, donde duermes” […]. Y Tariácuri no curó más, entrose derecho donde estaba durmiendo y estaba una mochada asentada a su lado. Tenía cubierto el rostro con una manta delgada. Y habló a la mochada y ella le saludó diciéndole: “seais bien venido, señor”. Díjole Taríacuri: “dicen que está enferma la señora”. Dijo la mochacha: “así es la verdad, señor”. Y llevaba el arco en la mano y alzó la manta del rostro con el arco y vio que estaba toda entiznada, y la saya mal compuesta y los pechos todos entiznados y el vino por los labios y dijo entonces Taríacuri: “sí, sí, cierto que está enferma. Tórnala a cubrir”. Y tornose a salir y fuese derecho al monte por leña. Y nunca quiso comer nada y no osó poner las manos en ella por amor de su padre de ella, que no veniese contra él y le heciese la guerra, que estaba cerca y con más poder, que no él. Pues los adúlteros, yéndose a su casa, por el camino sacrificáronse las orejas, que se hicieron grandes aberturas en ellas y hendiéronselas como solían hacer a los que tomaban en adulterio e iban corriendo sangre de ellas y dando gritos […] (Alcalá, 2016: Ff. 90v-92).
Al igual que en el segundo relato, también se conoce la identidad del esposo engañado. Se trata nada más y nada menos que del futuro fundador del imperio purépecha.
Y es que de este relato llama la atención que su esposa dijera que cuando “váyase Taríacuri, […] en esta casa no mora Taríacuri, sino yo”. Es decir, ella al estar al frente de la casa tiene el derecho de gobernar no sólo sobre el espacio, sino sobre su cuerpo.
De esta forma tenemos que la libertad que se toman las mujeres es precisamente para romper el control que se tiene sobre sus cuerpos. En los tres relatos se vulnera a tres tipos de varones de alto rango: los ancianos, quienes fueron ofendidos por dos mancebillos; el esposo que fue ofendido por el gobernante; y el joven guerrero que fue ofendido por varios hombres a quienes ofreció pasar a su casa.
Y si bien la carga moral pesa sobre la figura femenina, en este tipo de falta no se puede responsabilizar únicamente a ellas pues para que el adulterio exista se necesita de otro varón. De esta manera, según la forma de pensar de la época, la mujer es el puente por el que se ofenden entre varones. Pues recordemos que si un hombre casado tiene aventuras con una mujer soltera no existe el adulterio, ya que no se está ofendiendo a ningún varón; es decir, la dignidad de la esposa del hombre que tiene aventuras no es equiparable a la dignidad de un esposo cuya mujer sostiene aventuras con otro hombre.
Sin embargo, en estos relatos queda claro que la mujer no es un instrumento, sino un agente que motiva a que sucedan las cosas: es quien toma las decisiones.
Las consecuencias para los varones que cometen el adulterio son graves. Tanto para los nahuas como para los purépechas los adúlteros también merecen la muerte. En el primer relato se desconoce cuál fue el castigo tanto para las viejas libidinosas como para los mancebillos; en el segundo, la mujer fue asesinada y el gobernante adúltero se justificó diciendo que él no sabía que era mujer casada; en el tercer caso, los hombres adúlteros se castigaron así mismos perforándose las orejas; y si bien Taríacuri se percató que su esposa le fue infiel, pues la encontró con manchas de tizne por todo el cuerpo, le perdonó la vida por el temor que le causó su suegro, quien era más fuerte militarmente hablando que él.
Sin embargo, con el paso del tiempo, si bien su esposa conservó la vida, las consecuencias fueron mucho más allá pues el pueblo gobernado por el padre de su esposa fue asesinado, pues el mismo Taríacuri dijo: “si mi mujer, la hija del señor de Corínguaro, fuera varón, muy valiente hombre fuera, que ahora, con ser mujer ha hecho matar de sus hermanos. Y tíos y su agüelo. Ha dando [sic] en este día de comer a los dioses y les ha aplacado los estómagos. ¡Valiente hombre ha sido mi mujer!” (Alcalá, 2016: F. 97 v).
La honorabilidad del varón es el quid de la cuestión. Y pese a los severos castigos por ofender dicha honorabilidad, las mujeres tuvieron un amplio margen de movimiento, lo que nos permite problematizar sobre el ejercicio de la sexualidad de las mujeres en el México antiguo.
Referencias
Alcalá, J. (2016). Relación de Michoacán, México, El Colegio de Michoacán.
Ibarra García, L. (1998). Las relaciones entre los sexos en el mundo prehispánico. Una contribución a la sociología del amor y del poder, México, Porrúa.
León-Portilla, M. (2018). Erótica náhuatl, México, Artes de México, El Colegio Nacional.
López Austin, A. (2004). Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas.
Sahagún, B. (1577). Historia General de las Cosas de la Nueva España: El Códice Florentino. Libro VI: Retórica y Filosofía Moral, disponible en: https://www.loc.gov/resource/gdcwdl.wdl_10617/?sp=203&st=image&r=-0.917,-0.016,2.835,1.509,0 [fecha de consulta: marzo 2023].